Ninguna pequeña empresa que no esté orgullosa de lo que hace y de cómo lo hace puede sobrevivir a medio plazo. Por eso, las personas empresarias tendemos a pensar que somos los mejores en lo que hacemos. O si no los mejores, que eso es siempre mucho decir, sí que sentimos con orgullo que somos muy buenos en lo que hacemos. Es cuestión de supervivencia. Y es lógico, si tu empresa no fuera una de las mejores del mundo, no trabajarías en ella.
Ahora bien, hagamos un matiz en la frase anterior. ¿Sabrías decir si tu empresa es también una de las mejores PARA el mundo? ¿Cambia la cosa? Seguro que lo primero que estás pensando es que no sabes si es una de las mejores para el mundo, pero que desde luego, mala no es: formas parte de la economía real, nutres el necesario tejido empresarial, creas algunos puestos de trabajo, ayudas a dinamizar la economía local, a crear riqueza, ofreces productos o servicios de calidad, pagas impuestos, y además sobrevives mes a mes… Efectivamente, nada que alegar a eso. Pero seguramente sí que añadir.
Todo lo anterior es resultado de tu actividad pero también es lo que hace que tu empresa pueda existir: creas puestos de trabajos necesarios para desarrollar tu proyecto empresarial; dinamizas y nutres el tejido empresarial que es al mismo tiempo proveedor de tu cadena y usuario de tus productos o servicios; pagas impuestos que (en teoría) sirven para mejorar las condiciones e infraestructuras en las que ejercer tu actividad…
Ser una buena empresa para el mundo es todo eso y mucho más: es la forma en la que la gobiernas, es la forma en la que te relacionas con las personas trabajadoras, lo que les exiges a las empresas proveedoras y la relación que tienes con ellas, es tu impacto ambiental, la integración de tus procesos en los ciclos de la naturaleza, la inclusión de personas en riesgo de exclusión social, es tu responsabilidad como vendedor ante lo que necesita el cliente, es tu responsabilidad ante todo el ciclo de vida del producto que vendes…
Ser una de las mejores empresas para el mundo es existir siendo viable. Pero al mismo tiempo es facilitar y mejorar la vida de las personas con las que interactúas, y hacer que tu huella ecológica tienda a cero. Ser una de las mejores empresas del mundo no es ni blanco ni negro: es una transición, es una mejora continua, es ser conscientes de nuestro propósito como empresa, es conocer nuestro entorno, la repercusión que tienen nuestros actos y nuestra actividad, es implementar mejoras día a día, es ser modelo en el que se miren otras empresas.
Por eso, cuando tengas dudas sobre cómo actuar en un momento determinado, cierra un instante los ojos y piensa cómo te gustaría que te recordasen cuando tu empresa ya no exista. Porque no lo dudes, a pesar de que tu empresa sea ahora mismo de las mejores del mundo, dejará de existir algún día. En ese momento, cobrará aún si cabe más sentido haber sido una de las mejores empresas para el mundo.