Resultan impactantes y avergonzantes las imágenes de operarios de ADIF empujando dos vagones descarrilados al río Sil. Impactantes porque resulta inverosímil que alguien en pleno siglo XXI considere que eso es una buena solución a un problema. Y avergonzante porque esos operarios pertenecen a una empresa pública, la cual debería ser ejemplar siempre.
Pero más allá del ruido mediático, político, y social que piden una sanción ejemplar a la empresa, “un castigo para que esto no vuelva a ocurrir nunca más”, sería interesante analizar cuál es la base del problema, que en mi opinión tiene sus fundamentos en las estructuras organizacionales obsoletas de la Administración Pública (como en tantas otras empresas aún).
En los medios de comunicación se ha mencionado siempre ADIF en modo genérico. Pero la realidad es que en el incidente han estado involucrados varios departamentos de ADIF (por lo menos dos) y RENFE, dueño del tren y de los vagones. Cada uno de estos con sus cometidos y responsabilidades: por ejemplo, Circulación de ADIF es quien ha de garantizar las circulaciones por las vías en condiciones de seguridad; Mantenimiento de ADIF por su parte debería ser la división responsable del mantenimiento de la infraestructura para que se pueda explotar; y RENFE, como dueña del material rodante tendría que hacerse cargo de sus trenes (incluso de aquellos que descarrilan).
En situaciones normales cada uno de los departamentos de ADIF tiene sus funciones y objetivos claros, y la coordinación entre ellos está reglada de manera que las fricciones están acotadas. Pero, ¿qué ocurre en situaciones excepcionales, imprevistas (aunque no imprevisibles)? Que es necesario apagar el piloto automático y pensar coordinadamente.
Si hubiera riesgo para la seguridad se tendría que tratar como una situación de crisis, en la que es necesario un mando único, ejecutivo, que coordine los movimientos de todas las partes de manera expeditiva. En este caso, no parece que fuera la situación, pues los vagones se empujaron varios días después del descarrilamiento sin que pareciera que se hubieran incrementado los riesgos en ese tiempo.
Sin embargo, da la sensación de que hubo intereses no alineados entre áreas de una misma empresa. Pareciera que faltó una visión global del problema y que el incidente se gestionara desde una visión de silos departamentales, burocrática, en la que el retorcimiento de la jerarquía y la testosterona se impusiera al sentido común.
En muchos ámbitos se ha comentado que la decisión de tirar los vagones se tomó priorizando motivos económicos frente a los ambientales. Pero eso tiene poco fundamento desde el punto de vista integral de la empresa. Desde luego no hubo ninguna sensibilidad ecológica en las personas que tomaron la decisión, pero es inverosímil e ingenuo pensar que ADIF (como empresa) no tiene los procedimientos necesarios para hacer una gestión medioambiental apropiada de sus operaciones.
Bien mirado, tampoco parece que primaran los motivos económicos: se había solicitado el permiso de realizar la operación a la Confederación Hidrográfica Miño – Sil (aunque esta se lo denegó hasta que se implantaran las medidas de protección adecuadas), por lo que era evidente que quienes tomaron la decisión sabían que antes o después su empresa (ADIF) iba a tener que retirarlos. Y probablemente también sabían que sería a un mayor coste operativo (sin entrar a valorar el coste reputacional), pues con la vía en circulación las labores de rescate serían mucho más complicadas. Sin embargo, ese análisis global a medio plazo no se hizo.
Por tanto, a priori, parecería que ante una situación extraordinaria aunque no de emergencia, se enfrentaron las visiones, intereses y objetivos de por lo menos dos departamentos: uno cuya preocupación era que se despejara la vía lo antes posible para que se pudiera volver a circular, y otro que tenía que mantener la infraestructura y las zonas de afección en condiciones, y que tendría que encargarse de la retirada del vagón (estuviera este donde estuviera).
Es muy probable que en ciertas situaciones la normativa de circulación tenga jerarquía sobre otras cuestiones y por eso hubo personas que pudieron imponer su visión desatendiendo al bien global de la empresa. Hubo una visión cortoplacista y en silos del problema: quitarse el marrón de encima, pasándoselo a otro departamento. Sin preocuparse por el bien de la organización.
Desconozco cómo conseguirá ADIF, empresa pública, que situaciones como esta no vuelvan a suceder, pero no creo que podamos ser muy optimistas al respecto. Es muy probable que haya una sanción económica (que se pagará con dinero público), y que, dependiendo de su cuantía impulsará más o menos acciones. Podríamos apostar a que se creará un nuevo protocolo que regulará cómo actuar en estos casos, quizás alguien sea apartado de su puesto… incluso seguramente habrá un refuerzo en formación específica en legislación, y se tratará de incrementar la sensibilidad medioambiental, etc.
Pero todo ello no es más que añadir una nueva capa de burocracia. Eso no es más que reforzar un modelo organizacional que tiene muchas fricciones en el siglo XXI en el que los cambios y las situaciones extraordinarias son cada vez más habituales. Hoy son unos vagones descarrilados en un lugar de difícil acceso, pero mañana es otra cosa. Y esto no es un problema de ADIF únicamente. Es un gran reto de la Administración Pública y de muchas corporaciones, grandes y pequeñas.
Podemos quedarnos en el desgraciado hecho de los vagones empujados que demuestra falta de sensibilización medioambiental de unas personas de una empresa pública, pero la realidad subyacente es que las estructuras organizacionales desarrolladas durante las últimas décadas en el panorama empresarial nos han hecho perder visión de conjunto. Cada operario, mando intermedio, dirección de departamento se preocupa de su negociado. Operaciones, medioambiente, finanzas, estrategia, ventas, RSE, etc. son silos que funcionan de manera independiente y que son vistos como invasores por el resto de departamentos cuando interpelan algún proceso.
Hoy en día, el entorno es inestable y la mejor forma de estar preparados no es tratando de regular todo. Es creando una estructura organizativa que permita tener flexibilidad dentro de un orden; que facilite que las personas entiendan su trabajo y el de sus compañeros de empresa; y que permita que las personas puedan estar formadas, sensibilizadas y tomen las mejores decisiones para sus objetivos, para la empresa, para la sociedad a la que sirven, y para el medio en el que viven. La sostenibilidad y responsabilidad empresarial va de esto. Por mucho que nos sigamos empeñando en crear silos departamentales que asuman estas funciones.
Y he aquí el gran reto ¿cómo podremos repensar las estructuras organizacionales si nuestros propios modelos mentales nos hacen ver la realidad con unas gafas en las que la jerarquía, la compartimentación y la burocracia es la forma per sé de la Administración Pública y de tantas otras empresas?
Este mismo artículo fue publicado inicialmente en la revista digital ÁgoraRSC https://www.agorarsc.org/mas-alla-de-vagones-en-el-rio-silos-en-las-empresas-el-caso-de-adif/
ps: con fecha posterior a la redacción de este artículo, y apenas una semana después de haberlos empujado, ADIF terminó los trabajos de retirada de los vagones: https://www.laregion.es/articulo/valdeorras/adif-termina-retirada-vagon-sil-reparar-via-restaurar-entorno/20200810190307965921.html